por Isa Quintin
Una semilla - Dustine
El ciclo de la vida ocurre sin que podamos notarlo, es como una semilla que cae en tierra abonada, a simple vista parece no ocurrir mucho, por encima, en la superficie no consigues percibir lo que ocurre dentro. Lo primero en suceder es la muerte, una ironía ¿no crees? La semilla debe morir para dar paso a la vida. Y entonces es visible y tan evidente que te preguntas en qué momento salieron esos brotes verdes abriéndose paso entre la tierra que antes la mantenía en tinieblas, apretada y compactada en sus paredes como una prisionera. Y si miras en lo profundo te das cuenta de que no ha sido un trabajo en solitario, la semilla no daría fruto por su cuenta, necesitaba la tierra (la muerte), necesitaba el agua (el dolor), necesitaba el sol (el amor). Una mañana encuentras unas hojas muy verdes que se mecen al ritmo del viento, es la vida asomándose, imperceptible como un latido. Y luego, sin saber cuánto ha pasado, aparece un botón, la semilla que había muerto ahora es una flor, ha florecido y es quién reluce en ese jardín en el que antes había hierbajos y espinas. Siempre me ha maravillado la vida, la forma en que surge, el misterio que la envuelve, el destino que marca. Mi madre sembraba flores en cualquier maceta incluso sabiendo que no teníamos espacio en casa para una planta más. Una vez quise saber por qué las flores y no otra cosa como un árbol de manzanas o de naranjas, y ella dijo que las manzanas y las naranjas estaban bien en los campos porque necesitan espacio para echar buenas raíces y dar frutos saludables, y que en un pequeño jardín de casa crecerían prisioneros. Nunca entendí qué significaba ser un árbol prisionero, si podía florecer y dar frutos entonces era sinónimo de libertad.
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