relatos

El cazador errante

La leyenda de Vali

Anocheció en un parpadeo, no le alcanzó el día para terminar con sus labores en la cocina. Agradeció que Gertrude fuese tan amable y se ofreciera a limpiar mientras ella terminaba de coser ese montículo de camisas rotas, sus hermanos eran expertos en rasgarlas. Permanecía sentada en un sillón junto a la más pequeña de sus hermanas que finalmente se había dormido, pero le quedaban seis por domar, los podía escuchar hablando en el comedor y armando jaleo, adoraba a esos pillos pero cada vez que los podía visitar terminaba rendida.

—Hellä, ¿puedes contarnos una historia? —susurró Rieka, la pequeña de cinco años con mofletes sonrojados y hermosos rizos dorados.

Ella sonrió y asintió, tomó las camisas restantes por remendar y le indicó que la seguiría a la habitación. Allí encontró a los demás preparados para dormir.

—Espero que hayan hecho sus oraciones… o no habrá historia…

—Hellä, casi nunca vienes. Por favor, no recemos hoy —pidió Duibhín, el mayor de los hermanos. Los demás se unieron a la petición.

—Padre dejó órdenes y no podemos romperlas, así que quiero escuchar una pequeña plegaria.

Los niños asintieron y se arrodillaron frente a su respectiva cama, ella también se arrodilló y los escuchó entonar sus plegarias.

—Pido que Hellä consiga un buen esposo. —Fue la petición de Rieka y ella se estremeció al recordar que su padre prometió volver con un pretendiente para ella.

—Rieka —riñó Aleksi, el segundo de los siete—, ese tema no nos importa.

—Claro que nos importa —rebatió la pequeña—, escuchaste a mamá, solo podremos volver a verla el día que esté casada. Y si no lo hace nunca la volveremos a ver.

Empezó a sollozar y Hellä no pudo evitar conmoverse, acudió a su lado para consolarla.

—No te preocupes por eso, verás que todo estará bien. Mejor dime ¿cuál es la historia que quieres escuchar?

—La del dios vikingo.

—¿Por qué siempre pides la misma? —La miró curiosa mientras acariciaba su moflete.

—No sé, es triste. A veces me gustaría que le cambiaras el final.

—No puedo, así la escribió el escaldo Snorri. Todos los finales tienen una razón, y en este caso, nuestro valiente guerrero Liosberi tenía un destino por cumplir.

Hellä se acomodó y tomó la camisa y el hilo, los demás ya estaban en sus camas esperando por el inicio de la historia.

—¿Cuál era el destino del valiente guerrero? —preguntó uno de ellos.

—Liosberi habitaba el Valhalla junto a los dioses sobrevivientes del Ragnarök, el mundo ya no necesitaba de los dioses, los humanos empezaban a olvidarlos y se creían superiores a ellos. Pero existía una profecía que los escaldos fueron contando de aldea en aldea por siglos y que decía: «Un dios guerrero vendrá a la tierra, habitará entre los hombres, luchará en sus batallas y les enseñará a dominar los mares, pero los humanos le van a traicionar y la furia de los dioses caerá sobre ellos». 

—¿Por qué lo traicionaron? —preguntó otro de los pequeños.

—Shhh… déjala seguir.

—Liosberi tenía una maldición, su nacimiento fue una circunstancia planificada por el poderoso Odín, su destino era ser un justiciero, vengar la terrible muerte del amado dios Balder. Y su única recompensa sería sobrevivir al fin del mundo nórdico. Él cumplió con su destino, pero al cabo de los días mientras el mundo volvía a formarse, descubrió que estaba maldito, que su arco era el mismo que sirviera de instrumento para terminar con la vida de su hermano. La hermosa y poderosa diosa del amor y la belleza lo reveló sin intención frente a él. Esa era la razón por la que todos los seres se alejaban al verle, le temían, le veían como una bestia sin alma que no merecía la inmortalidad.

—¿Era feo?

—No lo era, su cabello era dorado como los rayos del sol, por eso le llamaban Liosberi o portador de luz, era muy alto pero no como los gigantes, aunque su madre era una muy fuerte. Era el mejor arquero, su puntería era insuperable. Pero ese arco lo vestía de brutalidad y terror, por eso prefería la soledad. Pero al descubrir la razón sintió tristeza. Él era noble, obediente, solo cumplió con el objetivo impuesto al ser creado.

—¿Qué hizo para quitarse la maldición? —cuestionó Aleksi.

—Freyja, que era la valquiria más poderosa, conocedora de la magia oscura y mucho más… le dijo que para quitarse la maldición debía cruzar el puente Bifröst que separa a los humanos de los dioses, unirse a ellos y legar su arco luego de ofrecer un sacrificio. Pero no podría legarlo a cualquier humano, debía ser alguien con el alma pura, alguien sin malicia o avaricia y quien lo heredara debía quemarlo en un ritual de fuego después del invierno.

—¿Y él aceptó?

—Lo hizo, él creía en la humanidad, pensaba que le recibirían con amabilidad. Pero al llegar a las tierras heladas del norte se encontró con un grupo de bucaneros llamados vikingos. Hombres aguerridos que no conocían el miedo o la misericordia. En su primer día los vio asolar un monasterio, murieron muchos monjes y los que se salvaron fueron llevados para venderlos como esclavos. Eran la encarnación del terror y así como eran valientes, su brutalidad no tenía límites. 

»Intentó esquivarlos pero llegó directamente a una de sus aldeas persiguiendo a una presa de cervatillo, le vieron usar el arco y en un tiro de diez quimeras lo alcanzó. El jarl de la aldea le dio la bienvenida al forastero y lo nombró Dúghall o forastero negro porque vestía de negro y se cubría la cabeza con una capucha, nunca se la descubría, no podía hacerlo porque el brillo de sus cabellos podría cegarlos. 

—¿Se quedó con ellos?

—Así es, aprendió sus costumbres y se unió a sus campañas de piratería y saqueo. Se encargaba de disminuir a los centinelas con el arco mientras los demás cumplían con su parte. Pero una noche hubo una batalla en tierra, un ejército de la Bretaña los interceptó y los vikingos no tenían armas especiales, solo básicas, su habilidad era insuperable en el mar pero en tierra no tenían tácticas de batalla. Esa noche cayeron todos y el único sobreviviente traicionó a Dúghall al revelar su ubicación. El ejército del rey lo apresó con dificultad porque era grande y con fuerza sobrehumana, lo ataron con cadenas y lo llevaron a un fuerte militar donde lo metieron en una cripta húmeda.

—¿El fuerte como el que está junto al acantilado?

—Sí, un fuerte militar donde llevaban a los peores forajidos para ser ejecutados.

—¿Y lo ejecutaron? —cuestionó angustiada la pequeña Rieka.

—No, él era un dios. Se transformó en lobo y huyó a lo más profundo de los bosques escandinavos.

—¿Y qué pasó con él?

—Se dice que habita los bosques y que por eso nadie puede entrar en ellos o la espesura lo consumirá. Decidió alejarse de los humanos pues ya no confiaba en ellos. Quienes han intentado acercarse al bosque Tiveden dicen que han visto una silueta horripilante y escuchado gruñidos aterradores.

—Por eso está prohibido acercarse al bosque —cuestionó Bjorn.

—Así es, el bosque está prohibido.

—Pero si era un dios pudo vengarse y volver a casa —agregó Aleksi.

—La leyenda dice que la diosa Freyja maldijo a las generaciones de esos soldados y si alguno de ellos ataca al dios, ella desatará la destrucción. Por esa razón nadie entra al bosque.

—Yo creo que el dios ya se ha ido a casa —aseguró Rieka.

—Es posible, aunque no se sabe de nadie que haya heredado un arco tan especial. Pero esto es solo una historia, ahora a dormir que se me ha hecho tardísimo para volver a casa.

Hellä se levantó y le dio a cada uno un beso en la frente, cuando llegó junto a la pequeña Rieka, esta la detuvo de la mano

—No te vayas, papá dice que la noche es peligrosa para las mujeres.

—Recuerda que la condición de tu madre es que no esté en casa para su regreso.

—Pero…

—Estaré bien, si no me voy ahora, mis tías me castigarán enviándome a limpiar las caballerizas.

—¡Qué asco!

Se despidió y salió en busca de su abrigo, estaba por alcanzar la puerta cuando Gertrude se interpuso.

—Te puedo esconder en mis aposentos y te vas justo al alba.

Hellä le sonrió con dulzura y se acercó para besar la frente de la mujer.

—No quiero que algo ocurra y ambas seamos descubiertas. Ya sabes que tengo un atajo, pero debes dejarme ir.

—No te vayas por el bosque a esta hora, es tarde y la Luna apenas alumbra —suplicó Gertru.

—Conozco la ruta, Gertru, estaré bien.

La mujer negó con la cabeza, sería inútil detenerla, era obstinada y respetuosa de las normas. Nada la detendría porque romper las reglas representaba no ver a sus hermanos nunca más.

—Ya sé que no te puedo detener, pero no cenaste, llévate esto. —Le acercó una canastilla que contenía una hogaza de pan de trigo, pedazos de jamón ahumado y una jarra con vino tinto.

—Eres un ángel. —Le dijo antes de abrazarla y luego salió cubriéndose la cabeza con la capucha de la capa, notó enseguida puso un pie fuera que estaba helando y que corría una brisa intensa que chocaba contra sus mejillas. Sabía que el paso por el bosque sería complicado con ese clima, pero era la ruta más cercana a la aldea desde la mansión campestre de su padre. Apuró el paso mientras sus pies se hundían en la nieve espesa que cubría el suelo. La visibilidad era cada vez más escasa y el paso por el puente era apenas alumbrado por los tímidos rayos de la luna. Tenía dos caminos a seguir: cruzar el puente y entrar en la aldea o bordear los cipreses del bosque prohibido que llevaban al lago y la dejaban más cerca de la casa de sus tías. Optó por el bosque, no le temía a la espesura de los árboles y estaba segura de que el temido cazador no estaría a la espera de una presa como ella, pensaba en él como un hombre solitario que temía más a los aldeanos de lo que ellos decían temerle.

Desvió hacia la base del puente y se dispuso a saltar la barrera de piedra que dividía al bosque del resto de los habitantes, como un gato cayó de pie, no mintió al decir que conocía esa ruta como a la palma de su mano, muchas veces la había usado para acortar camino y llegar pronto junto a sus hermanos o a visitar a su padre cuando la señora no estaba en casa. Sabía que en setenta pasos estaría alzándose victoriosa al filo del bosque y vería las aguas cristalinas del lago. Pero acercándose a mitad del camino pudo divisar que algo se movía entre los arbustos, su corazón brincó de terror, ahogó un gemido y se agazapó entre el monte que la rodeaba. Pero fue tarde, no supo cómo pero alguien la tomó por detrás y le cubrió la boca con una mano fuerte que olía a tierra y cerveza.

—Una putita me ha traído este bosque como regalo —gruñó el hombre con voz rasposa y queda, se notaba que estaba borracho, eso y el olor rancio que expelía su cuerpo. Sintió repulsión y un horrible nudo en el estómago.

Intentó moverse pero el hombre la apresaba con fuerza.

—¡Quieta, puta! Veamos lo que tienes para mí.

Le tiró el cuello alto del vestido del que saltaron algunos botones y metió su mano tosca para tocar su cuello, Hellä forcejeó una vez más y logró darle un pisotón, el hombre se quejó y ella aprovechó para morderle, una vez mermó la fuerza, ella huyó de sus manos pero el hombre consiguió tomarla de la cola de la capa y la precipitó al suelo, sintió su cuerpo pesado aprisionarla contra la nieve y perder el aire.

—¡Por favor! —suplicó con apenas aliento—. Soy la hija de…

—¡Cállate, zorra! —Le golpeó la cabeza y empezó a tocarla sin miramientos, Hellä estaba asqueada y no conseguía dejar de temblar. Seguía inmovilizada bajo ese corpulento hombre. Ya había subido su falda y con torpeza batallaba contra las enaguas. Hellä miró al cielo y se concentró en las estrellas, recordó que llevaba una daga en su pierna, solo tenía que conseguir moverse un poco y tendría cómo defenderse.

—¡Por favor, déjeme! —suplicó de nuevo cuando notó su intimidad expuesta, pero la respuesta fue un nuevo golpe y notó el líquido caliente bajar por la comisura de su labio. Se armó de un valor que no reconocía en ella y empezó a buscar entre la nieve algo que le sirviera para defenderse, halló una roca y no dudó en golpear al maldito borracho en la cabeza, el hombre cayó a un lado quejándose y ella aprovechó para tomar la daga y amenazarle, sin embargo, el borracho no llegó a intimidarse y giró con ella poniéndose encima.

—No te preocupes, zorra, también pensaba matarte.

***

Llevaba varios días merodeando por el bosque, desde que el invierno se había asentado, sus horas de luz se reducían y poco a poco fue perdiendo la noción de su ubicación. Estaba cansado, sucio y hambriento. Últimamente se sentía disminuido por la mínima caminata, pero no desistiría, volvería a su cabaña y allí podría descansar, llevaba algunas buenas presas que le darían energía para sobrevivir al inclemente invierno escandinavo. Ya estaba acostumbrado a los vientos complejos, a las bajas temperaturas y adoraba el sonido de los árboles cuando la brisa se enredaba en sus ramas. Ese lugar era su santuario, rodeado de lobos y aves nocturnas permanecía errante mientras terminaba su odisea, hacía mucho que se resignó a no cumplir con su misión, se creía abandonado por los dioses, solo era el rezago de sus días más gloriosos.

Caminaba apoyado en una vara de pino sólido, arrastrando los pasos para evitar tropezar, la luz del día estaba apagándose en el ocaso y debía buscar un refugio para esa noche, estaba seguro de que ese día anduvo en círculos. Notó el aleteo inconfundible de un halcón, y lo era porque se trataba de Freyja, ya la había sentido merodeando, enviando mensajes en las runas, pero él las ignoró una y otra vez. Siguió andando y de pronto notó las garras en su hombro. Deseó decirle que le dejara tranquilo pero ya no le funcionaba la voz, la tenía rota.

—Vine a llevarte a casa —susurró a su oído, él no se detuvo—. No puedo soportar ver cómo te consumes. Detente, traje una manzana de las que cuidaba Idún, cómela y te llevaré a casa.

Él la ignoró, tomó el hacha y empezó a cortar leños para encender fuego.

—¡Vali, hijo de Odín, dios de noble corazón, obedece a tu señora!

Él elevó el rostro y con altivez la enfocó, notó que su silueta se materializaba frente a él, percibió el aroma a flores de su túnica, recordó como en un eco los valles infinitos y verdes del Valhalla.

—Permite que te lleve a casa, esconderé ese arco entre los humanos y que ellos tomen la maldición, ya ha sido suficiente, no mereces este castigo —tocó su mejilla y le miró con clemencia, su alma abundante en amor no soportaba la idea de que, por su causa, alguien como Vali muriese entre los hombres que le traicionaron.

Vali negó con la cabeza y la inclinó ante ella, era su modo de decirle que hacía mucho tiempo que aceptó su destino y solo esperaba por el fin.

—Llevas tres siglos humanos, en casa el tiempo pasa más lento pero aquí ha sido una eternidad. Ya has cumplido con tu castigo por vengar la sangre de un hermano con la misma sangre de dioses. Quiero llevarte a tu hogar—susurró con ternura mientras tomaba entre sus manos sus mejillas.

De los ojos de Vali asomó un destello brillante, estaba seguro de que ya no volvería al Valhalla, pero el Helheim ya no parecía tan mala idea.

Freyja puso la manzana en uno de los bolsillos bajo esa enorme capa de piel de oso y besó su frente con ternura.

—Te daré redención, amado Vali, lo juro.

La diosa retomó su forma de halcón y se disponía a irse cuando ambos escucharon el quejido de una criatura, Vali asumió la postura alerta y tomó su arco, su oído era tan fino como el de un lobo que escucha a su manada a la distancia, supo exactamente de dónde provino, lo que no comprendía era la urgencia por acercarse a ese lugar.

—Son humanos —advirtió Freyja.

El quejido se hizo súplica y Valí no dudó en tomar la flecha, contabilizó ocho quimeras de distancia y también divisó entre las penumbras de sus ojos que alguien se movía como una presa atrapada en una trampa de cazador, notó que alguien más la inmovilizaba. Determinado a evitar la injusticia que su alma le gritaba que ocurría, lanzó un disparo que no matara al captor, solo le redujera y la mujer pudiera correr. Pero lo segundo no ocurrió. No supo qué fuerza le movió a caminar en su dirección y romper sus propios límites al dejar el bosque y entrar en territorio de humanos.

Hellä vio a su captor caer a su costado, quejándose, no vio lo que ocurrió y tampoco le importó quedarse, se movió para huir, tomó su canasto pero su capa estaba enredada y no conseguía zafarla. Cuando finalmente lo hizo y dio un paso al frente, quedó petrificada ante la visión, una bestia enorme caminaba hacia ella, parecía un oso, sus ojos brillaban como el fuego y creyó ver sus fauces asomarse para devorarla, podía ser su imaginación o pudo ser real, pero no consiguió soportarlo y se desmayó frente a aquella bestia que la acechaba.

Vali observó a la chica caer frente a él, por un momento dudó de su puntería, la movió como buscando sangre, entonces escuchó a Freyja:

—Ella está bien, vuelve al bosque.

Vali tomó a la chica y la cargó sobre su hombro como si se tratase de uno de los ciervos que cazaba para la cena.

—¿Qué haces? ¡Te has vuelto loco! —Freyja intentó detenerlo en vano,  estaba decidido a llevarla con él, necesitaba asegurarse de que estaba bien y cuando despertara y lo comprobase, la dejaría ir.

Tomó camino al bosque andando a pasos lentos apoyado en su bastón, llegó al lugar donde tenía la leña y las presas que cazó, dejó a la chica sobre unas rocas que no estaban cubiertas de nieve.

—No me ignores, esto te traerá problemas.

Vali levantó su mano derecha indicando que se detuviera.

—Bien, te guiaré de regreso a tu hogar, pero come la manzana, sabes que la necesitas.

Él suspiró y tomó a la chica en brazos, Freyja conjuró los elementos y unos elfos aparecieron para ayudar con la madera y los animales muertos, una vez vio desde lo alto que Vali estaba en su lugar seguro, elevó el vuelo y desapareció en la profunda oscuridad del firmamento.

Los lobos se acercaron a saludar, le tenían un profundo respeto al dios cazador. Él agradeció el saludo compartiendo las entrañas de los ciervos y algunos huesos, observó de reojo a la mujer que seguía dormida entre las pieles con las que la cubrió. Pensó que meterla en la cabaña y ponerla en la cama sería inapropiado para las leyes humanas, por eso la acomodó junto al fogón en el que ya tenía agua calentando, se disponía a retirar la piel de sus presas cuando escuchó que ella se removía  y gemía, se irguió atento pero sin detenerse, a pesar de habitar en penumbras podía realizar la mayoría de las tareas que por costumbre ya ejecutaba sin dificultad.

Hellä abrió los ojos aturdida y desorientada, tardó un par de minutos para retomar el recuerdo de lo ocurrido y entonces se estremeció de terror. El borracho y la bestia. 

¿Dónde estaba?

Notó la piel oscura que la cubría y miró alrededor, había una olleta al fuego, cuernos de animales, cabezas secas, una cabaña rústica… pero al mirar un poco más pudo notar a un grupo de lobos y volvió a sentirse aterrada, se levantó de inmediato y tomó el primer tronco que encontró, fue cuando sintió dolor en los brazos, y el cuello. Los lobos la miraron sin interés. Hellä divisó su entorno, solo la espesura  y muy lejos en lo alto, las estrellas.

Dio un par de pasos y entonces vio de nuevo a la bestia, gritó aterrada y empuñó el tronco, los lobos gruñeron y se pusieron junto al dios en posición de defensa, él se puso de pie y con una señal de sus manos les indicó que estaba bien. Hellä lo observó, era mucho más alto que los soldados del fuerte y sabía bien que eran hombres grandes. Usaba una piel de oso negro pero gracias al fuego notó que bajo la capucha había un rostro.

—¿Quién eres? —preguntó con más seguridad de la que sentía.

Él no respondió, no podía hacerlo. Pero necesitaba decirle que no le haría daño por eso elevó sus manos mostrando que no iba a herirla, sin embargo, al estar manchadas de sangre la aterró más. Al notarlo se movió con torpeza buscando agua para lavarse. Volvió a mostrarlas a la mujer y Hellä comprendió que no la lastimaría.

—¿Cómo puedo volver a casa?

Vali le señaló el arroyo, pero Hellä no conocía el lugar, no recordaba haber estado antes en un lugar así.

—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó con las pupilas vacilantes y los labios temblorosos.

Vali dio un paso por instinto, no deseaba que ella se sintiera aterrada por él, no fue quien intentó hacerle daño, pero la mujer retrocedió empuñando el tronco.

—¡No se acerque! —bramó con la voz cortada.

Él retrocedió enseñando las manos, tropezó con la leña y sin poder evitarlo cayó al suelo, la olla del fogón también se precipitó y él gruñó al sentir el agua hirviendo quemándole la piel.

—¡Oh, Dios! —gimió Hellä, su prevención se disolvió y corrió en su ayuda. Le acercó un bastón pues sabía que ella sola no podría levantarle, le sirvió de apoyo y recogió la olla, fue al arroyo por agua y volvió para dejarla en el fuego, tomó el borde de su enagua y la rasgó, luego la mojó en agua tibia y se acercó al hombre.

—¿Puedo? —preguntó señalando su mano.

Vali asintió al notar su roce delicado en su mano tosca.

Hellä la tomó y la limpió, luego enredó la tela alrededor e hizo un nudo fuerte.

—Se sanará en unos días.

Vali inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y se dispuso a volver con su labor. Ella lo siguió con la mirada, bajo esa gruesa capa de piel era difícil distinguir cómo era, apenas notaba su cabello largo y rubio. Aunque no estaba segura, la luz de la hoguera no era potente.

Le vio limpiar la carne y dejarla en salmuera.

—¿Puedo ayudar? —preguntó tímida—. Sé cocinar y la carne en brasa me queda exquisita, o eso dicen mis hermanos.

Vali le extendió la pierna del animal y ella supo que era una invitación. La tomó para prepararla. Deseó tener algunas de sus hierbas, pero su canasto seguramente se había perdido.

—¿Viste la cesta que llevaba?

Vali señaló a la cabaña, ella sonrió levemente y fue a buscarla. Encontró las hierbas y agregó un poco de ese vino tinto que diera mejor sabor.

—¿Tienes mucha hambre? —preguntó, él negó con la cabeza. Estaba hambriento pero le gustaba verla moverse por el lugar como si lo conociera. Su destreza era admirable. Recordó a las mujeres vikingas con las que compartió en el pasado.

—Es mejor dejarlo un tiempo para que los sabores se asienten, prometo que la espera vale la pena.

Él asintió y siguió preparando las pieles. La carne en salmuera para que resistiera, tiraba trozos a los lobos y se mantenía en silencio.  Mientras la carne tomaba el sabor, Hellä husmeó la cabaña en busca de otros ingredientes, halló una calabaza, quedaría muy bien como un puré. La cortó en trozos y la puso en el agua con sal, luego acomodó las brasas para poner la carne. Mientras eso ocurría, Vali se había alejado hacia el arroyo, lavó su rostro con la sal, al igual que sus manos y dientes, se sentía sucio delante de ella que en comparación era absolutamente visible para él. En ese momento deseó que sus ojos fuesen jóvenes y pudiese distinguir los detalles y colores, solo sabía que era menuda, con la cabellera espesa y larga y la piel delicada y suave. 

Al volver, su olfato se colmó del aroma exquisito de la carne, su estómago rugió.

—Pensé que no volverías  —dijo Hellä—. La carne acaba de salir del fuego, la cena está servida.

Ella señaló al suelo, había puesto una piel que vio colgada y encima la carne sobre una bandeja de madera, dos platos de peltre con puré de calabaza, tomó el jamón que le diera Gertru y lo partió en dos pero le dio a él el trozo más grande así como el pan, y sirvió vino en dos jarras. Era un detalle hermoso que Vali no pudo apreciar como hubiese deseado, se limitó a bajar la cabeza para agradecer..

Durante la cena hubo silencio, él comió con ansias, no recordaba haber probado algo semejante en todos sus años de vida, estaba delicioso. Ella lo miraba comer y sonreía, era como un animalito hambriento, le causaba ternura. En pocas horas descubrió que era inofensivo, si quisiera hacerle daño hubiera actuado como el borracho del puente.

Él se encargó de limpiar y le señaló la cabaña para que descansara, dentro encontró un colchón de paja con una piel de oso encima, él le ofreció la misma piel con que la cubriera antes y salió para permitirle descansar.

Antes del alba se sumergió en las aguas heladas del arroyo para quitarse el sudor y la sangre, le gustaba nadar en la madrugada, le daba libertad esa sensación de silencio y paz. Al tomar la ropa sucia vio la manzana y por un instante sintió que valdría la pena un mordisco si eso le daba un recuerdo para atesorar de esa mujer. Pero desistió enseguida. Peinó su larga cabellera con sus dedos, se hizo un par de trenzas y acabó recogiendolo en media coleta, ya no era dorado como el sol, era opaco y cenizo como su barba. Terminaba de ponerse la capucha cuando escuchó la puerta abrirse, la silueta de la mujer envuelta en la piel fue lo primero que alumbraron los tenues rayos del sol que se colaban en el espeso bosque de abetos que eran los verdaderos gigantes del bosque.

Ella se deleitó con la vista, la bruma se alzaba entre los árboles, parecía que los suspendiera en una atmósfera encantadora y misteriosa. Buscó a su alrededor, con la luz del día notó mejor el escarpado paisaje. Los lobos ya no estaban y cerca del arroyo divisó al hombre acercarse andando lentamente apoyado en su bastón. Quería agradecerle y pedirle que le indicara el camino de regreso.

—Gracias por tu hospitalidad, por salvar mi vida —él inclinó la cabeza—. ¿Puedes indicarme cómo volver? Mis tías van a matarme si no lo hago .

Vali hizo sonar sus labios y en minutos llegaron un grupo de seis lobos, los señaló y ella supo que ellos le llevarían de regreso, luego lo vio agacharse y acariciar a uno de ellos como si le diera indicaciones.

Hellä sonrió, estaba segura de que estaba cerca de casa, el arroyo parecía el mismo que alimentaba el lago. Se quitó la piel para devolverla pero él la detuvo con su mano. Negó con la cabeza y le señaló la bruma, quería decir que iba a necesitarla.

—Te lo agradezco —estiró su mano esperando que él la tomara, pero no lo hizo.

Hellä asintió, tomó su canasto y vio un pañuelo que le bordó a su padre, iba a dárselo para su cumpleaños pero se sentía en deuda así que se acercó al hombre, tomó su mano y lo puso en ella.

—Siempre estaré agradecida contigo.

Le dio una sonrisa más y se dio vuelta, los lobos tomaron el camino y ella les siguió. 

No contaba con que una extraña nostalgia la invadiera al partir. De algún modo podía comprender esa soledad del hombre ermitaño. A medida que avanzaba pudo notar que estaban muy lejos de la aldea y que en realidad se encontraba en el bosque prohibido. Un estremecimiento la recorrió por completo, ¿ese hombre era el cazador al que todos temían? Miró atrás y no vio nada más que árboles y piedras, el camino era accidentado y complejo, varias veces debió ayudarse de sus manos para no caer. Miró al cielo y vio que el sol estaba en lo alto, se acercaba el medio día y se sentía extraviada. Miró a los lobos, seguían andando muy seguros. Se detuvo ante el cansancio de sus pies. Se sentó en una piedra, los lobos se detuvieron también. Encontró agua en la jarra del vino y un pedazo de carne. Sonrió y lo comió.

No supo cómo pero se quedó dormida, el gruñido de los lobos la despertaron, al divisar alrededor, vio a un grupo de soldados armados acercándose a su posición. Miró por entre los árboles y sintió miedo, sin pensarlo se dio vuelta buscando el camino de regreso, pero en poco tiempo los soldados los alcanzaron.

—¡Ahí está! —gritó alguien.

Se detuvo y pudo ver a su padre.

—¿Papá? 

Se dejó llevar por la emoción y corrió a sus brazos.

—¡Hija mía, ¿estás bien?! Mira como vienes…

Ella asintió.

—¿Qué haces aquí?

—Supimos lo que te ocurrió a nuestra llegada en la madrugada, una bestia te raptó e hirió al centinela del puente. El capitán Karlsson ordenó la búsqueda inmediata.

—¿Quién es ese capitán?

—Soy yo, milady —dijo un hombre tras ella, al darse vuelta se encontró con un imponente militar rubio, con los ojos verdes y la piel pálida.

—El capitán es tu prometido, ha aceptado darte su apellido y estatus a cambio de un par de propiedades.

Hellä se separó de su padre en cuanto escuchó lo que acababa de decir.

—¿Mi prometido? —Volvió a mirarlo y notó que estaba muy cercano a la edad de su padre y su mirada era arrogante.

—Así es milady, me han transferido y necesito que alguien cuide de mis hijos, mantenga mis uniformes impecables y atienda a mis invitados. Espero que sepa cocinar, porque me gusta la buena comida y que siempre esté caliente. 

—Yo no… padre…

—Está decidido, Hellä, la boda se hará en un mes, vivirán en la casa principal mientras el capitán construye la vuestra.

—Y me gusta este terreno cerca del lago, podemos hacer madera de los cipreses para edificar una mansión. Es hora de explorar este bosque y sacarle provecho.

—¡Noo! —exclamó Hellä—. El bosque es…

—Hellä no me avergüences —reprendió su padre—. Vamos a casa. Gracias, capitán Karlsson, gracias por rescatar a mi hija.

—No he hecho nada, señor Johansson, ahora seguiré el camino en busca de esa bestia a la que dicen temer.

Hellä miró a los lados en busca de los lobos pero no halló a ninguno.

—Papá, ese hombre no…

—Vamos, Hellä, dejemos al capitán hacer su trabajo. Espero que sea ejecutado en la plaza por atreverse a hacerte daño.

Guardó la esperanza de que los lobos defendieran al hombre o que los soldados no dieran con él. No era el culpable de lo ocurrido, pero su padre decidió no escuchar su versión solo dijo que esperaba que su virtud siguiera intacta o el capitán la repudiaría y esa sería la peor vergüenza. Pero a Hellä no le importaba su reputación tanto como a su padre y su esposa. Ella llevaba toda su vida siendo rechazada por ser una hija bastarda, fue criada por sus tías y no podía ver a sus hermanos porque la esposa de su padre pensaba que ser bastarda era una enfermedad incurable.

Pasaron cuatro días desde que regresó del bosque, no había noticias del cazador o de los soldados y el mentado capitán. Los aldeanos estaban pletóricos con su valentía, decían que por fin acabaría la maldición del bosque. Estaba terminando de hornear un par de panes que sus tías venderían en el mercado cuando se escuchó la algarabía.  Cascos de caballos y metales chocando, vítores y gente soltando cánticos.

—¿Qué ocurre? —preguntó a uno de los aldeanos.

—¡Le tienen! ¡La bestia ha caído, somos libres de la maldición!

El corazón de Hellä latió desbocado, sus manos temblaron y sintió angustia.

—¿Dónde está?

—Le llevan a las mazmorras del fuerte.

Hellä sabía lo que eso significaba, sería torturado por los soldados y él no era culpable de nada, pero nadie creería a una mujer, su palabra no tenía validez alguna.

Entró en la casa, sacó el pan y lo dejó preparado para sus tías, tomó su capa y su piel de oso y emprendió el camino al bosque, tenía que encontrar algo que lo salvara. Cuando entró en la espesura ya no supo dónde estaba o a dónde ir, caminó entre los árboles hasta escuchar un aullido. Siguió el sonido y la escena la destrozó, los lobos heridos y muertos por las brutales espadas de los soldados, se acercó a uno de ellos y acarició su hocico, lloró de impotencia y culpa. ¡Era su culpa! Corrió en busca del aullido y encontró a un lobo junto a una piel de oso, la piel del cazador. La tomó en sus manos, estaba manchada de sangre, gimió de dolor y la apretó a su pecho. Miró al lobo.

—¡Llévame a su casa, por favor! Debemos salvarlo.

El lobo paró las orejas y empezó a correr, ella fue tras él, luego de un largo tramo llegaron a la cabaña, estaba intacta, los soldados no llegaron a tocarla, quizá lo encontraron antes. Buscó entre sus cosas, halló un hacha, le podría servir pero no lo suficiente para salvarlo del fuerte militar. Rebuscó entre las pieles y finalmente encontró el arco y las flechas, estaba indefenso cuando fue apresado. Lo tomó en sus manos, era muy pesado, las flechas parecían de un metal fino, tenían detalles grabados en runas.

Salió de la cabaña dispuesta a salvarle como pudiera. El lobo ya no estaba allí pero en su lugar vio a un ejemplar de caballo frisón, negro como la noche con el pelo largo y ondulado.

Se acercó para acariciarlo, no comprendía la mística que rodeaba al cazador pero agradeció que estuviera allí.

—¿Puedes llevarme con él?

El caballo bajó la cabeza y Hellä recordó al cazador. Subió en él y tomó camino a la aldea, al llegar junto al lago se escondió tras el fuerte y, como alguna vez trabajó allí en la cocina, conocía cómo entrar y salir sin ser detectada. Una vez dentro se vistió un pantalón negro y una camisa que eran parte de un uniforme que estaba en la lavandería. Tomó el arco y avanzó hacia el subterráneo que conectaba los dormitorios con las mazmorras. Por el camino escuchaba los quejidos de los reos, sabía que allí pasaban todo tipo de cosas crueles porque Gertru lo escuchó de un condenado que fue liberado, pero no quiso pensar en ello. Cuando alcanzó el cruce encontró una ventanilla que daba visibilidad al patio. Su corazón se quebró en dos al ver a un hombre atado con cadenas al que golpeaban y torturaban, estaba malherido, su piel desollada por las heridas abiertas, su cabeza hacia adelante y una larga melena opaca caía sobre su rostro. Lo detalló mejor, esperaba que no fuese el cazador. 

—¡Basta, mañana nos divertiremos con la bestia! —bufó burlón el capitán que su padre encontró para casarla. Esa si era una bestia sin sentimientos.

—Ya no es tan terrible —aseveró otro soldado.

—La gente le temía a un simple hombre.

Era él, el cazador que la salvó estaba siendo tratado como un rufián de mala calaña.

Esperó en el pasadizo hasta que los soldados fueron llamados a comer, sabía que el fuerte no era vigilado con mucho interés. Un rato más tarde siguió la ruta a la salida y vio que uno de los soldados estaba a duermevela, no se detuvo, con sigilo salió del túnel y llegó al pasillo. El cambio de turno no tardaría, sería el momento para acercarse. Los minutos corrieron muy lento, el frío calaba los huesos y escuchaba al cazador gemir, estaba semidesnudo en medio del patio. Finalmente el soldado se alejó y el patio quedó a solas, se movió rápidamente y llegó hasta él.

—¿Cazador? Soy yo. ¿Cazador…?

En medio de su delirio, escuchó la voz de la mujer, pero creyó que solo la imaginaba. Su cuerpo dolía como nunca antes. Una vez más los humanos le encadenaban como a un animal peligroso.

—¿Cazador? Por favor, debes moverte.

Supo que era real, movió la cabeza y finalmente vio su silueta.

Gimió angustiado, esta vez no podría salvarla. Ella notó su miedo.

—Estoy bien, necesito que te muevas, apenas dé aviso al caballo vendrá por nosotros y tienes que subir a él.

Vali negó con la cabeza, era mejor que ella lo dejara. ¿Por qué estaba allí?

—Sí, por favor tienes que moverte.

Se removió en la piel para quitársela y cubrirlo, entonces encontró algo redondo y firme, al sacarlo vio que era una manzana, se veía fresca y madura. 

—¿Puedes comerla? No sé si ayude mucho pero es alimento.

Él miró su mano y supo lo que era. Escuchó el gañido de un halcón, Freyja estaba cerca, seguro todo era obra suya.

—Vamos, cazador. Come, por favor.

Pasó saliva con dificultad, no estaba seguro de querer hacerlo. No estaba seguro de seguir adelante.

Se escucharon pasos y enseguida el grito del soldado anunciando al intruso. Hellä se tensó y soltó la manzana y la piel. No supo qué hacer en ese momento, los soldados se acercaban, entonces Vali llamó al caballo y el frisón entró en el patio como una horda, acompañado de una manada de lobos. Hella reaccionó al ver que el cazador le señalaba al caballo, siguió su orden y subió a él. Los soldados  empuñaron las espadas dispuestos a enfrentar a los animales, mientras Hellä tomaba el arco e intentaba disparar a algunos de los hombres. Como una verdadera guerrera cabalgó el patio del fuerte lanzando flechas indistintamente. Vali, en el suelo, intentaba alcanzar la manzana. El halcón llegó hasta él para cubrirlo con sus alas, los hombres estaban demasiado ocupados con los animales que no se percataron del prisionero.

—Cómela o no podré sacarte de aquí.

Vali acercó la fruta a su boca y apenas alcanzó a probarla, el capitán Karlsson llegó hasta él para arrastrarlo y Freyja tuvo que alzar vuelo. Vio a los demás dioses habitantes del Valhalla unirse a ella, el momento había llegado.

Hellä dejó el arco y cabalgó hacia Vali, él por su parte sintió recobrar una parte de sus fuerzas, la pequeña dosis de inmortalidad que consumió logró levantar su espíritu para soltarse del militar y romper sus cadenas, Hellä llegó a él y le ayudó a subir al caballo. El animal se paró en las patas traseras evocando el presagio, enseguida la tierra empezó a temblar sin piedad, ambos huyeron hacia el bosque y los lobos les siguieron como un séquito. Vali se aferró a la muchacha para evitar caer, una herida en su costado sangraba sin que ella lo notase, su vida escapaba de sus manos.

Una vez en la espesura del bosque, todo parecía tranquilo. Hella bajó del caballo y ayudó al cazador a hacerlo, al notar la herida se alarmó y corrió a buscar una tela que le sirviera para presionar la herida.

—Estarás bien, cazador. Resiste.

Él tomó su mano para detenerla, su tiempo estaba terminando.

Ella se lo quedó viendo con embeleso, su rostro pálido de piel lozana era níveo, llevó su mano para acariciarla y era suave como la seda. Su barba larga parecía brillar, y sus ojos estaban cubiertos de nubes espesas que lo opacaban, suprimió el gemido lastimero al descubrir que era ciego.

La mano del cazador aún tenía el trozo de tela que ella le puso y junto a él el pañuelo bordado, Hellä comprendió la inevitabilidad del fin. 

—Vuelvo enseguida.

Buscó una vasija que mezcló con verbena, tomillo y limón y volvió a él para limpiarlo. Había notado que le gustaba mantenerse aseado y en ese momento olía a la tortura que soportó.

—Vamos al arroyo, voy a limpiarte.

Él sonrió levemente, estaba agradecido, demasiado agradecido, cuando el cansancio vence, los complejos de culpa y las necesidades primarias se confunden. Especialmente en un mundo donde la leyenda va primero y la acción después.

Se levantó como pudo y llegaron juntos a la orilla.

—Voy a tener que desvestirte y luego entrar al agua.

Tímido, sorprendido, pero dócil, dejó que le soltara los cordones que amarraban sus pantalones. Una vez desnudo se dejó guiar por el agua, el toque helado le devolvió un atisbo de realidad a su ensoñación. Ella entró con él, la camisa quedó empapada al instante pegándose a su pecho. Tomó la vasija y con el trapo empezó a frotarlo a medida que la sangre teñía el arroyo. En medio de un lenguaje mudo se contaron muchas cosas, el alma humana del dios se fue desprendiendo de su cuerpo y este se transformó lentamente, su cabello fue tornándose dorado como el sol, su piel se pintó de un tono tostado y sus ojos perdieron los velos que los cubrían dando paso a un par de zafiros penetrantes. Cuando finalmente pudo verla, su pecho brincó de júbilo. Era preciosa, de piel pálida y cubierta de pecas, cabellera rojiza y ondulada, ojos azules como el cielo y los labios dulces y mullidos cuyo arco tenía la misma forma del suyo.

Sonrió sutilmente y Hellä suspiró anonadada.

—¿Quién eres, cazador?

—Sabes quién soy. —Su voz estaba de regreso,  era cálida y profunda.

Ella se cubrió los labios intentando asimilar la realidad.

—Mi señor Liosberi —exteriorizó en su jadeo, salió del agua e inclinó su cuerpo. 

El dios la siguió y se tendió en el prado cubierto de nieve. Su sangre manchó la capa blanca de un rojo vibrante.

—Por favor dime tu nombre.

—Soy Hellä.

—Hellä —repitió saboreando en su boca las notas de esa palabra. Le hacía honor, era pura gentileza.

Un relámpago iluminó el firmament, anunciando la tormenta. Vali miró a su alrededor, el caballo seguía allí, pero no era un simple caballo era su hermano Vidar, él estaba allí para llevarlo de regreso a casa.

—Gracias, Hellä. Fui un cazador errante por siglos, cada paso que di lo hice buscando tu alma gentil y noble, al fin te he hallado.

Ella jadeó, la profecía se estaba cumpliendo palabra por palabra.

—¿Por qué yo? ¿Por qué tanto tiempo?

—Porque debías nacer para que pudiera conocerte. El destino está en las estrellas, ellas me anunciaron tu llegada solo debíamos coincidir.

—Vine al mundo para amarte, cazador.

Sonrió de nuevo, el borde de sus ojos se humedeció, comprendió que finalmente su vida tenía un propósito distinto al de vengar la sangre de los dioses.

Cerró los ojos y le acarició el cabello llenándose de ella.

—Sabes lo que debes hacer.

—Lo haré al terminar el invierno, mi señor.

Él negó.

—No soy tu señor, es lo contrario. Yo te pertenezco, ninfa del bosque, te he conocido a través de los tiempos. Este momento no es extraño para mí, no es sino una pausa entre tiempo y espacio mientras te vuelvo a encontrar.

Suspiró y su cuerpo se elevó al firmamento para perderse en las estrellas de esa eterna noche sin fin.

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